15 de diciembre de 2025
Autor: José Emilio Figueroa Gutiérrez
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Introducción
En México, el envejecimiento demográfico avanza con rapidez: hoy las personas mayores representan 12.8% de la población y serán casi una quinta parte en 2040.¹ Este escenario obliga a preguntarnos cómo garantizar una vejez autónoma y digna, especialmente cuando las patologías degenerativas, como la artrosis de rodilla y cadera limita la independencia funcional.
Desarrollo
La transformación demográfica y la autonomía funcional
El envejecimiento poblacional en México es el resultado de una combinación de factores: la disminución sostenida de la fecundidad, la reducción de la mortalidad y el incremento de la esperanza de vida, que en 2024 volvió a situarse alrededor de los 75.5 años.² Este cambio no es únicamente un fenómeno estadístico, sino una transformación profunda de la estructura social que obliga a replantear la organización de los sistemas de salud, los modelos de cuidado y, sobre todo, la forma en que concebimos la vejez.
A diferencia de lo ocurrido en muchos países de altos ingresos, donde este proceso tomó casi un siglo, en México la transición hacia una sociedad envejecida se está desarrollando en unas cuantas décadas.³ Esta velocidad deja poco margen para una adaptación gradual de las políticas públicas, de la infraestructura urbana, de los sistemas de protección social y de las familias, que siguen siendo el principal sostén de los cuidados de larga duración.
Las proyecciones indican que para 2030 habrá más personas mayores que jóvenes y que hacia 2070 aproximadamente una tercera parte de la población tendrá 60 años o más.¹ Este porcentaje no es solo un indicador numérico: representa millones de biografías que alcanzan edades avanzadas con necesidades específicas de apoyo, atención y reconocimiento social. Sin embargo, estas necesidades no se distribuyen de manera homogénea en el territorio.
Desigualdades territoriales y contextos de vejez
En 2024, la mayoría de las entidades federativas se ubicaban ya en etapas moderadas o avanzadas de envejecimiento demográfico, con particular intensidad en estados como Ciudad de México, Estado de México, Veracruz y Morelos.² Al mismo tiempo, persisten zonas rurales o marginadas donde los servicios de salud y rehabilitación son escasos y donde los apoyos formales prácticamente no existen.
Esta heterogeneidad territorial y socioeconómica tiene implicaciones éticas directas. No es lo mismo envejecer con artrosis en un barrio urbano con acceso a transporte público, centros de salud y espacios seguros para caminar, que hacerlo en una comunidad rural donde las distancias son largas, el pavimento irregular y los servicios especializados casi inalcanzables. Desde la perspectiva de la justicia distributiva, estas diferencias nos obligan a preguntarnos quiénes pueden realmente ejercer su autonomía y quiénes ven esa posibilidad restringida por condiciones estructurales.⁵
La bioética no puede limitarse a la relación médico–paciente en el consultorio, sino que debe incorporar esta dimensión social: la cada vez mayor proporción de personas mayores exige políticas que favorezcan entornos accesibles, programas comunitarios de ejercicio y redes de apoyo que permitan sostener la independencia el mayor tiempo posible. De lo contrario, el envejecimiento poblacional se traducirá en un aumento masivo de la dependencia funcional y en una carga desigual para familias ya vulnerables.¹,⁵
Artrosis de miembros inferiores y vulnerabilidad de la autonomía
En este contexto, la artrosis de rodilla y cadera adquiere un lugar central. A escala mundial es una de las principales causas de dolor crónico y de discapacidad en adultos mayores, con una prevalencia especialmente alta en la articulación de la rodilla.⁸ La mayoría de las personas afectadas tiene más de 55 años y una proporción importante son mujeres, lo que refleja patrones de género en el trabajo, el cuidado y el acceso a servicios de salud.⁸
Aunque en los expedientes clínicos la artrosis suele aparecer como un diagnóstico más, para quienes la padecen representa un punto de inflexión en su vida cotidiana. El dolor persistente al caminar, la dificultad para levantarse de una silla o el temor a caer al subir escaleras transforman tareas simples en obstáculos que requieren planificación, ayuda o renuncia.⁶ Cuando estas limitaciones se acumulan, la persona mayor comienza a evitar actividades que antes eran significativas: visitar amistades, participar en grupos comunitarios, ir al mercado o acompañar a la familia.
En los casos de artrosis severa de cadera, se ha documentado que las personas con mayor dependencia funcional presentan también niveles más altos de dolor y menor capacidad para realizar actividades básicas de la vida diaria, como el baño, el vestido o el desplazamiento dentro del hogar.⁷ Se configura así un círculo de deterioro en el que el dolor lleva a moverse menos, lo que provoca pérdida de fuerza, más rigidez y, finalmente, más dolor y más dependencia.
Impacto psicosocial y sentido de identidad
Las consecuencias de este proceso no son solamente físicas. Diversos estudios han mostrado que la pérdida de autonomía se asocia con mayor riesgo de depresión, ansiedad, retraimiento social y disminución de la calidad de vida.¹⁶–¹⁸ El adulto mayor que antes se percibía como cuidador, proveedor o referente en su familia puede comenzar a verse a sí mismo como una “carga”, lo que afecta profundamente su autoestima y su sentido de utilidad.¹⁹
La dependencia funcional modifica, además, los vínculos familiares: en algunos casos fortalece la solidaridad y el cuidado recíproco; en otros, genera tensiones, sobrecarga y hasta abandono.¹⁷,²⁰ Para muchas personas mayores, el hecho de requerir ayuda para actividades íntimas —como el aseo o el uso del baño— puede vivirse como una experiencia de humillación o pérdida de privacidad. El impacto no es solo práctico, sino existencial: se sienten despojadas de control sobre su propio cuerpo y su tiempo.¹⁹,²¹
Desde una mirada bioética, estas experiencias nos recuerdan que la autonomía no se reduce a la capacidad de firmar un consentimiento informado. Implica poder decidir sobre la propia vida cotidiana: a qué hora levantarse, a dónde ir, con quién convivir, qué actividades realizar. Cuando la artrosis de miembros inferiores limita la movilidad, restringe también estas decisiones y, por tanto, afecta directamente la dignidad.²² Una respuesta ética adecuada debe asumir esta profundidad y evitar ver la artrosis únicamente como una “enfermedad del desgaste”.
Manejo conservador centrado en la persona
Ante esta realidad, el manejo conservador de la artrosis de rodilla y cadera adquiere una dimensión claramente bioética. Lejos de ser una opción secundaria frente a la cirugía, constituye una estrategia primaria para preservar la autonomía funcional y retrasar la progresión hacia la dependencia.⁹–¹¹ La evidencia indica que los programas de ejercicio terapéutico pueden reducir el dolor, mejorar la fuerza muscular y aumentar la capacidad de marcha en personas mayores, incluso cuando ya existe daño articular establecido.¹¹–¹³
El enfoque más recomendado es el ejercicio multicomponente, que integra actividad aeróbica moderada, ejercicios de fuerza para miembros inferiores, trabajo de flexibilidad, entrenamiento de equilibrio y práctica de la marcha.¹¹,¹³ Esta combinación permite no solo mejorar la función articular, sino también disminuir el riesgo de caídas y favorecer la confianza al caminar. La clave está en adaptar la intensidad y frecuencia a las posibilidades de cada persona, con metas realistas y progresivas.¹¹
La fisioterapia desempeña un papel esencial en este proceso.¹²,¹⁵ El fisioterapeuta evalúa la fuerza, la movilidad, la estabilidad y el patrón de marcha, diseña un programa de ejercicios individualizado y enseña estrategias para realizar las actividades de la vida diaria con el menor dolor posible. Además, recomienda y ajusta dispositivos de ayuda —bastones, andaderas, plantillas, férulas o calzado especial— que amplían el margen de acción de la persona mayor. Desde la ética clínica, esta individualización expresa respeto por la singularidad de cada paciente.¹⁵
Estilo de vida, entorno y justicia en salud
El manejo del peso corporal es otro componente importante, dado que la obesidad aumenta la carga sobre las articulaciones de rodilla y cadera y se relaciona con mayor riesgo de desarrollar artrosis o de acelerar su progresión.¹⁴ Sin embargo, promover cambios en la dieta y la actividad física no puede hacerse desde un discurso culpabilizador que responsabiliza exclusivamente al individuo. En muchos casos, las personas mayores viven en contextos con escaso acceso a alimentos saludables, espacios inseguros para caminar o ingresos insuficientes para costear terapias especializadas.
La bioética de la salud pública recuerda que las decisiones individuales están condicionadas por estos determinantes sociales. Por ello, intervenir sobre el estilo de vida debe ir acompañado de políticas que mejoren el acceso a servicios de rehabilitación, creen programas comunitarios de ejercicio y generen entornos urbanos más amigables para la vejez.⁵ Solo así el llamado a cuidar el propio cuerpo puede hacerse sin ignorar las desigualdades estructurales que limitan las opciones reales de las personas mayores.
Educación, empoderamiento y adherencia a largo plazo
La educación terapéutica ocupa un lugar estratégico en el tratamiento no farmacológico de la artrosis.¹⁵ Informar sobre la enfermedad, explicar el origen del dolor, clarificar expectativas realistas de mejoría y enseñar técnicas de autocuidado son pasos indispensables para que la persona mayor pueda participar activamente en las decisiones sobre su tratamiento. No se trata únicamente de “dar instrucciones”, sino de construir un diálogo que reconozca saberes y experiencias previas.
Cuando la educación se combina con programas de ejercicio y apoyo psicosocial, se observan mejoras en la capacidad funcional y en la percepción de control sobre la propia vida.¹³,²¹ Este aumento del sentido de control es, en sí mismo, una forma de empoderamiento: la persona deja de verse solo como paciente pasivo y se reconoce como agente capaz de influir en su bienestar. Desde la bioética, fortalecer esta agencia resulta fundamental para sostener la autonomía en contextos de fragilidad física.
No obstante, uno de los desafíos más grandes es la adherencia a largo plazo. Aun cuando conocen los beneficios del ejercicio, muchas personas mayores abandonan los programas por dolor, falta de acompañamiento, barreras económicas o ausencia de espacios adecuados.⁷,⁹ La responsabilidad de esta baja adherencia no puede atribuirse únicamente al individuo; debe entenderse como un problema compartido entre sistemas de salud, familias y comunidades. Diseñar intervenciones factibles, accesibles y culturalmente pertinentes es un deber de justicia y de respeto a la dignidad de quienes envejecen con artrosis.²²
Conclusiones
El envejecimiento demográfico de México coloca en primer plano una pregunta bioética central: ¿qué significa cuidar bien a las personas mayores cuando vivir más años no siempre implica vivir mejor? La artrosis de rodilla y cadera muestra con crudeza cómo una condición frecuente puede socavar la autonomía funcional, la identidad y la participación social si se aborda solo como un problema ortopédico. Recordarnos esta realidad obliga a revisar las responsabilidades del Estado, de los servicios de salud y de las familias hacia quienes envejecen con dolor y dependencia.
Colocar la autonomía en el centro implica asumir que el objetivo del sistema de salud no es únicamente controlar el dolor o reducir listas de espera quirúrgica, sino sostener la capacidad de las personas mayores para decidir, moverse, relacionarse y seguir desempeñando roles significativos. Los programas de ejercicio terapéutico, la fisioterapia, el manejo del peso, la adaptación del entorno y la tecnología asistiva son herramientas clínicas, pero también recursos éticos orientados a preservar la dignidad y prevenir el aislamiento social y el deterioro emocional.
Desde esta perspectiva, el manejo conservador deja de ser una “segunda opción” frente a la cirugía para convertirse en una estrategia prioritaria de salud pública. Su éxito depende de que sea accesible, asequible y culturalmente pertinente, y de que incorpore de manera sistemática la voz de las personas mayores en la toma de decisiones. El respeto a la autonomía no se reduce a recabar un consentimiento informado, sino a construir planes de cuidado compartidos, realistas y sostenibles, que reconozcan límites y posibilidades en cada biografía.
El reto es enorme, pero también lo es la oportunidad. Si México decide invertir en programas comunitarios de ejercicio, servicios de rehabilitación geriátrica y entornos urbanos más caminables, puede transformar la experiencia de la vejez de millones de personas. Hacerlo exige articular conocimientos clínicos, bioéticos y sociales, y reconocer que garantizar la autonomía funcional de las personas mayores no es un lujo, sino una obligación de justicia, de solidaridad intergeneracional y de respeto efectivo a los derechos humanos.
Referencias
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José Emilio Figueroa Gutiérrez es egresado de Medicina de la Universidad Anáhuac México Norte, con un gran interés por la Ortopedia y Traumatología. Actualmente realiza su servicio social en el CADEBI, participa en la difusión de temas bioéticos. Su meta a largo plazo es especializarse en Ortopedia y Traumatología. Este artículo fue elaborado con la asistencia de Claude (Anthropic).
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