
28 de abril de 2025
Autor: Juan Manuel Palomares Cantero
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Introducción
En abril de 2025, Australia volvió a ser escenario de una tragedia ambiental de gran magnitud: un incendio en el Parque Nacional Budj Bim, en el estado de Victoria, arrasó vastas extensiones de hábitat natural, afectando gravemente a múltiples especies, entre ellas el icónico koala.
Ante la devastación y la dramática situación de cientos de koalas heridos, deshidratados y privados de alimento, las autoridades tomaron una decisión tan controversial como pragmática: el sacrificio de aproximadamente 750 ejemplares mediante disparos desde helicópteros, en un intento de evitarles una muerte lenta y dolorosa.
Esta medida fue presentada como una “eutanasia humanitaria”, justificada en términos de compasión y eficiencia ante la imposibilidad de rescatar a todos los afectados. Sin embargo, más allá de su razonabilidad inmediata, el hecho abre interrogantes bioéticas profundas: ¿era realmente la única opción? ¿Qué implicaciones culturales tiene normalizar la eliminación de los vulnerables como respuesta a las crisis? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sostener el esfuerzo por salvar la vida cuando ésta es frágil o costosa de proteger?
Este artículo propone reflexionar críticamente sobre este suceso, reconociendo los desafíos prácticos, pero también advirtiendo sobre los riesgos de una cultura de la eliminación. A partir de una bioética del cuidado y en diálogo con el concepto de "ecología integral" impulsado por el Papa Francisco (qepd), se plantea la necesidad de reafirmar el deber humano de respetar y proteger toda forma de vida, especialmente en tiempos de prueba.
El hecho concreto
El incendio en el Parque Nacional Budj Bim no solo destruyó el hábitat natural de numerosos koalas, sino que dejó a muchos ejemplares en condiciones extremas de sufrimiento: heridas graves, quemaduras, deshidratación severa y falta absoluta de alimento.
Ante esta situación, el gobierno de Victoria optó por autorizar el sacrificio masivo de koalas, argumentando que era la forma más rápida y eficaz de evitar agonías prolongadas.
El procedimiento consistió en disparar desde helicópteros, bajo la supervisión de expertos, para acabar con la vida de aquellos animales que se encontraban en peor estado.
La medida fue defendida como un acto de compasión pragmática en medio de una crisis desbordante. No obstante, la crudeza de la decisión, y especialmente la metodología utilizada, provocó un intenso debate público y ético, tanto en Australia como a nivel internacional.
La dimensión práctica: razones de la decisión
Desde un enfoque estrictamente práctico, la decisión de sacrificar a los koalas puede comprenderse.
El rescate individual de cada animal herido requería un despliegue de recursos humanos, materiales y veterinarios de enorme magnitud, difícilmente viable en un contexto de emergencia ambiental. Además, la posibilidad real de recuperación de muchos ejemplares era mínima, aun con intervenciones médicas avanzadas.
La medida, en este sentido, buscó administrar de manera eficiente los limitados recursos disponibles, priorizando acciones que tuvieran mayores probabilidades de éxito global.
La “eutanasia humanitaria”, por dolorosa que resulte, aparece entonces como una respuesta destinada a minimizar el sufrimiento animal en situaciones en que la rehabilitación resultaba improbable.
En términos poblacionales, las cifras ayudan a dimensionar el impacto: según estimaciones de la Australian Koala Foundation, Australia alberga alrededor de 58,000 koalas. Los 750 sacrificados representarían entre aproximadamente el 1.2% de la población nacional.
Si bien la medida no supone una amenaza inmediata de extinción para la especie, sí constituye una pérdida significativa en un contexto donde los koalas ya se consideran una especie vulnerable debido a la degradación progresiva de su hábitat.
La decisión, aunque racional desde un punto de vista logístico, no cierra la puerta a un análisis ético más profundo que cuestione su inevitabilidad y explore las consecuencias culturales de normalizar este tipo de respuestas.
¿Era realmente la única opción?
Aceptar la practicidad de la medida no debería impedirnos plantear una duda ética fundamental: ¿se agotaron realmente todas las opciones disponibles antes de optar por la eliminación?
¿Acaso todos los koalas afectados estaban condenados a una muerte irremediable? ¿No existía la posibilidad de salvar, al menos, a aquellos ejemplares cuyas heridas no comprometían de forma irreversible su viabilidad?
La bioética, entendida como la defensa activa de la vida en todas sus formas, invita a resistir la tentación de soluciones rápidas cuando éstas suponen sacrificar vidas vulnerables.
El respeto por la vida no se mide solamente en términos de eficiencia, sino también en el esfuerzo ético por preservar toda existencia que aún guarda una posibilidad, aunque sea incierta, de recuperación.
Esta visión encuentra su fundamento en la propuesta de “ecología integral” formulada por el Papa Francisco. En Laudato si, el pontífice subraya que la crisis ambiental no puede separarse de la crisis de valores humanos: cuidar la naturaleza es también cuidar a los más débiles.
En este marco, cada criatura tiene un valor intrínseco, y la respuesta ética adecuada ante la fragilidad no es la supresión, sino el cuidado y la protección responsable.
Por ello, aunque las circunstancias fuesen extremas, la duda ética persiste: si existía alguna posibilidad razonable de rescatar y rehabilitar a ciertos koalas, ¿no debió priorizarse esa vía en nombre de una bioética que respeta y defiende la vida en todas sus expresiones?
La cultura de la eliminación
Más allá del caso concreto, el sacrificio de los koalas plantea un riesgo cultural profundo: la normalización de una lógica de eliminación frente a la vulnerabilidad.
Cuando los problemas se resuelven mediante la supresión de los más débiles, se instala gradualmente una mentalidad que puede extenderse a otros ámbitos de la vida social.
Esta cultura de la eliminación, denunciada insistentemente por el Papa Francisco, no se limita al mundo animal. Su sombra amenaza también a los enfermos graves, a las personas con discapacidad, a los ancianos y a todos aquellos cuya existencia supone un desafío para los parámetros de eficiencia, productividad o control social.
Durante pandemias, crisis sanitarias o desastres naturales, se reavivan tentaciones de sacrificar a los más frágiles en nombre del bien común.
Si la vida es valorada en función de su “rentabilidad” o de su “costo”, entonces el respeto a todo ser vivo se ve erosionado, abriendo la puerta a prácticas eugenésicas, discriminatorias o simplemente utilitaristas.
La bioética exige resistir esta deriva cultural. El valor de la vida no depende de su estado de salud, de su edad o de su capacidad funcional. Cada vida, por el mero hecho de serlo, merece ser protegida con esmero y reverencia.
La tragedia de los koalas, si no se reflexiona críticamente sobre ella, podría convertirse en un síntoma más de una humanidad que, en su afán de solucionar problemas, olvida su deber fundamental de cuidar.
El deber humano de cuidar
El antídoto frente a la cultura de la eliminación es el compromiso ético con el cuidado.
Cuidar implica reconocer la vulnerabilidad como una dimensión constitutiva de la vida, no como un defecto que deba ser corregido o suprimido. Cuidar exige paciencia, esfuerzo y una disposición interior que prioriza la protección del débil sobre la eficiencia inmediata.
El deber de cuidar no solo se aplica entre seres humanos, sino que se extiende a toda la creación. Cada ser vivo tiene un valor que no depende de su utilidad para nosotros, sino de su existencia misma.
Este deber se vuelve aún más urgente en contextos de crisis ecológica, donde las decisiones humanas tienen un impacto directo en la preservación o destrucción de ecosistemas enteros.
No siempre será posible salvar todas las vidas. No siempre se dispondrá de los recursos necesarios para una intervención perfecta. Pero el esfuerzo, la intención y la disposición a proteger, aún en medio de la dificultad, son los signos de una ética madura y verdaderamente humana.
La bioética no se limita a evitar causar daño; promueve activamente el bien, la curación, el acompañamiento y el respeto incondicional por la vida.
Conclusiones
La tragedia vivida en Australia, y la respuesta que se dio ante ella, nos enfrenta a preguntas esenciales sobre el tipo de cultura que estamos construyendo.
La eficacia no puede ser el único criterio de nuestras acciones, especialmente cuando están en juego vidas frágiles.
Si normalizamos la eliminación de los vulnerables, corremos el riesgo de deshumanizarnos a nosotros mismos. Si, en cambio, reafirmamos el deber del cuidado, podremos construir una sociedad más justa, más compasiva y más respetuosa de la vida en todas sus formas.
La “ecología integral” nos recuerda que todo está conectado: no hay verdadera protección del medio ambiente sin respeto por cada criatura viviente; no hay auténtico progreso si se sacrifica a los débiles en nombre del bienestar colectivo.
Que esta tragedia no quede solo como una nota más en los anales de los desastres naturales, sino que sea un llamado profundo a replantear nuestra relación con la vida, con la naturaleza y con nuestra propia humanidad.
Nuestro futuro, como seres humanos y como habitantes de este planeta, dependerá de la capacidad que desarrollemos para cuidar, respetar y proteger la vida en todas sus expresiones, especialmente cuando más difícil, más frágil y más costoso sea hacerlo.
Juan Manuel Palomares Cantero es abogado, maestro y doctor en Bioética por la Universidad Anáhuac, México. Fue director de Capital Humano, director y coordinador general en la Facultad de Bioética. Actualmente se desempeña como investigador en la Dirección Académica de Formación Integral de la misma Universidad. Es miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y de la Federación Latinoamericana y del Caribe de Instituciones de Bioética. Este artículo fue asistido en su redacción por el uso de ChatGPT, una herramienta de inteligencia artificial desarrollada por OpenAI.
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Más información:
Centro Anáhuac de Desarrollo Estratégico en Bioética (CADEBI)
Dr. Alejandro Sánchez Guerrero
alejandro.sanchezg@anahuac.mx